La sonrisa permanente de Irene Villa bien merece un premio de Mundo Cristiano
Son más de las once de la noche y aún no he escrito mi palabra diaria en el globo.
El caso es que, cuando estoy en Madrid (apenas cinco o seis días al mes) no paro un minuto. No es tan fácil aislarse en los prados la sierra y echar a la papelera los treinta y dos últimos años de asfalto peleón.
Me llaman, me piden, me buscan… Y yo no tengo más remedio que responder a unos, decir que no a otros y olvidarme del globo.
Nulla dies sine línea?
Escucha, búho impertinente: no haré un elenco de mis movimientos de hoy, pero he recorrido la Ciudad de Norte a Sur y de Este a Oeste.
Lo único reseñable ―y no tengo ganas ahora de hacer reseñas― ha sido el acto conmemorativo, que ha tenido lugar en el Palacio Cibeles de Madrid, de los 50 años de Mundo Cristiano, la revista en que colaboro desde 1992.
Supongo que serán cosas de la edad, pero confieso (en esta hora tan propicia para las confesiones) que me he emocionado al charlar con alguno de premiados por la revista: Irene Villa, Leopoldo Abadía, María Vallejo-Nágera, Inmaculada Galván…
Lo contaré mañana si tengo tiempo y alguna foto del evento.
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