Solemnidad de la Santísima Trinidad
Sonlas 9 y cuarto de la noche en Canarias. El sol se desplomará dentro de pocos minutos al otro lado de la montaña de Arucas. En Trapiche corre una brisa fresca que me invita a salir al patio. Antes ordeno los papeles que tengo sobre la mesa y trato de hacer balance del día: hoy hemos celebrado una de las grandes solemnidades del año, una fiesta para adorar a ese Dios Uno y Trino, que, al desvelarnos un poco de su intimidad, dice más de nosotros que de sí mismo:
―Soy Padre y tú eres mi hijo. Soy Hijo y tú eres mi hermano. Soy Espíritu Santo y tú eres mi amor; vivo dentro de ti.
Leo a un teólogo español. “No hay adoradores”, escribe. Pero, mientras redacto estas líneas oigo como música de fondo el alboroto de los campos de fútbol en una jornada decisiva para los equipos que se juegan la permanencia en la primera división:
―¡Hemos esperado veinticinco años! ―grita con voz rota un aficionado del Elche―, pero han valido la pena. Veinticinco más esperaría con tal del verlo siempre en primera división. ¡El Elche es mi vida!
Entendedme, a mí también me apasiona el fútbol, a pesar de que llevo unos años con el corazón vacante, sin equipo ni colores definidos; pero me supera el espectáculo de los adoradores del balón: la diosa Cibeles con bufanda, Colón con la camiseta azulgrana…
Escribo sin orden ni concierto. A estas horas me bailan las ideas, pierdo el hilo y no sé cómo recuperarlo. El día ha sido agitado precisamente por ser de fiesta.
Al mediodía, después de las clases y de la Exposición solemne del Santísimo, he vuelto a Las Palmas y he dejado el coche suficientemente lejos de mi destino para dar un buen paseo.
―Buenos días, padre…
En Madrid casi nadie saluda a un sacerdote espontáneamente. Aquí, muchos y muchas de todas las edades.
A punto de llegar a Tigaday, una chica de 16 ó 17 años, me pide que "bendiga" a su “mejor amiga”, que le van a hacer pruebas en el hospital y puede tener “algo malo”.
―¿Cómo se llama tu amiga?
―Rosa, como yo.
―Rezaré por ella con una condición; que reces tú también.
―¡Ya lo hago todos los días!
De nuevo en Airaga, abro el ordenador y me encuentro con un correo de Manolo, que escribe desde Sudáfrica: dos folios apretados con una crónica apresurada de la estancia del Prelado de la Obra en aquel país. Dice que mañana me enviará fotos.
Mañana veré qué cuelgo en el blog. Hoy estoy cansado y aún tengo que preparar las clases de mañana. Cualquiera diría que me estoy haciendo viejo
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