Arguineguín, en el sur
7 de la mañana en Canarias. 8, en la Península.
Me siento frente al ordenador y compruebo que los comentaristas del globo hacen cola a la espera de aprobación. Es lo que pasa por vivir con el reloj retrasado una hora.
Enrique García-Máiquez ha escrito hoy sobre pájaros y me incluye a mí casi como una especie más. A uno le hacen feliz estas citas de los amigos.
Veo que hay 27 globeros furiosos que dicen pestes del pobre "Voltaire" a propósito de mi entrada de ayer. Uno solo que me pone a caer de un burro. Mando a la papelera todos los insultos y me quedo con los de siempre.
Ha empezado a llover sobre las calabazas, los tomates, las berenjenas y las sandías de mi huerto. Nada, cuatro gotas; lo suficiente para ahorrarme el riego de cada tarde.
Los meteorólogos hablan de lloviznas en el norte de la Isla. Me voy rumbo sur, aprovechando que las chicas también se escapan de excursión. Tengo que visitar a un amigo de mi tierra, que se escapó a esta isla hace más de 20 años y no quiere volver. Está jubilado y, según mis noticias, anda mal de salud. Nuestra última conversación no terminó bien. Fue hace mucho tiempo y ya no recuerdo por qué. Seguro que él tampoco. La culpa fue de los dos. Seguro.
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