Thursday, March 14, 2013

Acabo de enviar a Mundo Cristiano este artículo. Debería ser honrado y esperar a que salga en papel para ponerlo en el globo, pero esta vez no he podido contenerme. Aquí está. Espero que no se enfaden en la revista.



Querido Benedicto XVI:

Comencé esta sección de Mundo Cristiano hace tres meses con el propósito de mandar e-mails públicos a hombres y mujeres de cierta relevancia ya fallecidos: Juan Pablo I, Neil Armstrong, Telmo Zarra…. También pensé escribir a personajes literarios como Harry Potter o Mafalda, que quizá nunca existieron, pero han tenido mucha más vida virtual que sus propios creadores.
Sin embargo, hasta hoy nunca se me pasó por la cabeza dirigirme a alguien como usted, Santidad, que incluso puede contestarme con un twit o un watsapp, ya que, gracias a Dios, continúa con nosotros por muchos años y, según parece, maneja las nuevas tecnologías. Es cierto que “está oculto para el mundo” ―cito sus propias palabras―, pero no me cabe duda de que el mundo no está oculto para usted.
Quería contarle, Santidad, que esta mañana a las ocho y media he dirigido la meditación en una casa de retiros a un grupo de veintitantas mujeres. Como es jueves, antes de comenzar la predicación, he abierto la puerta del Sagrario para que quede a la vista el pequeño copón que contiene las Sagradas Formas.
En ese momento me he dejado llevar por la fantasía. No tengo arreglo; siempre me ocurre lo mismo; mi capacidad de fabular es imparable y me distraigo con cualquier cosa. Debería haber estado atento sólo a lo que tenía entre manos, pero, al abrir la puerta del tabernáculo, imagine que estaba frente a la fachada de la Basílica de San Pedro en Roma y que yo mismo descorría las cortinas de la loggia central para mostrar al mundo la figura blanca y sonriente del Santo Padre.
He dicho entonces en voz baja dos palabras del “Adoro te devote”: latens Deitas, Dios escondido. Y, puestos en pie, comenzamos a recitar en voz alta ese himno eucarístico, que he rezado centenares de veces.
En efecto, en el Sagrario, en el copón, en las especies sacramentales, se esconde el mismo Dios. Y, bajo la sotana blanca del nuevo Pontífice de Roma, se esconde Jesucristo, que nos bendice y sonríe.
He visto esta misma escena en seis ocasiones: la primera, en octubre de 1958. Estaba yo en Pamplona y acababa de comenzar la carrera de Derecho en el “Estudio General de Navarra”. El Papa recién elegido se llamó Juan XXIII y sonreía como un abuelo cariñoso. Cinco años más tarde, a pocos días de licenciarme en Sevilla, volvió a abrirse la puerta de aquel balcón y apareció la esbelta figura de Pablo VI. Mucho después, en agosto de 1978, no necesité la televisión para estar presente en la aparición de Juan Pablo I: su sonrisa iluminó la Plaza de San Pedro durante apenas un mes, pero era también, la sonrisa de Dios.
En el mes de octubre de ese mismo año, Juan Pablo II nos dijo desde aquel balcón que había tenido miedo, que confiaba en nuestras oraciones y hasta nos pidió que le corrigiéramos cuando se equivocarse al hablar en italiano. En aquel Papa, venuto da lontano, descubrimos el rostro de Cristo: un Cristo joven, deportista, alegre, maltratado, herido, enfermo, anciano, moribundo…
Y por fin, llegó usted. Yo estaba, como ahora, predicando en una casa de retiros cuando una nueva fumata blanca anunció al mundo que Cristo volvería a asomarse  al balcón de San Pedro. Cuando le vi aparecer, comprendí que ya no estaba frente al “teólogo Ratzinger”, al que admiré y leí apasionadamente durante años. De nuevo, la sonrisa; la misma sonrisa del dolce Cristo in terra.

Y, por fin, hace pocos días…, un nuevo Papa. Esta vez fallaron todas las quinielas. Parecía abrumado, incluso abatido. Debe de ser tremendo revestirse de Cristo y comprender que el corazón se comienza a dilatar hasta abarcar el mundo entero.
El Papa quedó unos segundos en silencio, con los brazos caídos, sin fuerza. Él sabía ya que, de ahora en adelante, será “como un sacramento” de la presencia de Cristo en el mundo; que en él no veremos a un personaje público más o menos relevante, sino a ese Jesús escondido que sigue dando la vida por sus ovejas.
Al fin nos regalo su sonrisa y hasta nos hizo sonreír con sus primeras palabras. 

0 comments:

Post a Comment

ban nha mat pho ha noi bán nhà mặt phố hà nội