Llegaroncon el vendaval del atardecer. Muchos son jóvenes y la mayor parte proceden de Madrid y de otras ciudades y pueblos de Castilla, aunque hay, al menos, un par de portugueses. Acaban de comenzar un curso de retiro en la casa y su presencia se hace notar en todos los rincones de Molinoviejo.
Después de la primera meditación, se reparten en distintas concelebraciones de la Santa Misa. Al pasar por la sacristía veo docenas de casullas todas iguales, todas limpísimas y planchadas y otras tantas albas en perfecto estado de revista. No falta nada ni sobra nada: los atriles, misales, vasos sagrados, vinajeras…
Me detengo un instante para contemplarlo todo y me siento orgulloso de las chicas de la administración. Cuando los curas recién llegados se revistan con estos ornamentos y suban al altar donde todo resplandece como si estuviesen estrenando la casa, les resultará sencillo descubrir una vez más que no hay momento más sagrado y solemne que éste en la vida de un sacerdote.
Ahora sí que se ha hecho silencio en Molinoviejo. Los curas, como las plantas bajo la nieve, crecen para adentro.
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