Monday, March 25, 2013



 El chico del plátano
Visto de lejos, parecía sujetar una enorme flor entre las manos. Por eso me fije sólo en él: era una chaval de 18 ó 20 años, con una incipiente perilla mal recortada y una cazadora verde. En una segunda ojeada, constaté que, de sus enormes orejas, emergían un par de cables blancos. En la ceja izquierda lucía un piercing de gusto discutible, y lo que llevaba entre las manos no era una flor, sino un plátano recién abierto, con la piel dividida en cuatro partes a modo de pétalos dorados.
El chico salía del edificio central de la universidad de Navarra, y lloraba desconsoladamente sin el menor recato. Yo, que iba en dirección opuesta dudé unos instantes. ¿Qué podía hacer? ¿Qué se le pregunta a un tipo que llora con dos cables blancos insertado en los tímpanos y que está a punto de dar un mordisco a un plátano?
Siempre decís que me meto en todos los jardines, que soy especialista en provocar anécdotas. Esta vez me limite a sonreír cuando nos cruzamos.
Luego, sentado en “el Faustino” imaginé mil historias tiernas para explicar el llanto del chico de plátano. Ya había concebido un par de melodramas para la ocasión cuando saqué el IPad y empecé a escribir estas líneas.
Kloster, a mi lado, me bajó a la realidad:
―No te pongas romántico, colega. Lo más probable es que se le haya infectado el piercing. Eso duele una barbaridad.
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