Saturday, March 9, 2013




Tienesrazón, Antuán; me ponen mucha tarea; pero no me quejo, porque pocas veces he tenido unos encargos tan gratos. Por la mañana, clases de “Teología Espìritual”, una asignatura que tiene muchos nombres. Al mediodía llegan quince chicos del Pabellón y me piden que “les cuente cosas”.
Me desahogo con ellos recordando las dos sedes vacantes que viví en Roma a la muerte de Pablo VI y de Juan Pablo I. Han pasado 35 años y recuerdo cada mínimo detalle de aquellos días “tremendos”.
“Tremendos”, sí. Del latín tremere: terribles, dignos de ser temidos. La sede vacante no es un tiempo alegre. No estamos en vísperas de un sorteo de Navidad. Un Papa santo y sabio se ha sentido sin fuerzas para gobernar la barca de Pedro, porque la tempestad arrecia y le ha fallado la tripulación. No es una buena noticia.
 Necesitamos un nuevo patrón (me gusta esa palabra) y seguramente un equipo nuevo que enderece la barca. Sea quien sea, tratarán de crucificarlo desde el primer día, como hicieron con su predecesor. 
Un pronóstico sencillo: de ahora en adelante oiremos encendidos elogios de Benedicto XVI en boca de los mismos que le insultaron.
Perdonad que me haya puesto serio. Triste no. Creo en el Espíritu Santo y en la oración de millones de católicos. Creo especialmente en la oración de un obispo santo de 86 años que se ha escondido del mundo para rezar, sin bajarse ni un instante de la Cruz.

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