Monday, March 11, 2013

 En la fachada de la Villa Pontificia de Castelgandolfo
Ya conté aquí hace 6 años cómo y dónde conocí la muerte de Juan Pablo I. La sede vacante que comenzó aquél día de San Miguel fue especialmente triste: en el Opus Dei estábamos en vísperas de celebrar nuestras bodas de oro, y sabíamos que el Papa nos escribiría una carta de felicitación. Parece poca cosa, ¿verdad? ¡Que importa una carta más o menos comparada con los graves problemas que tenía la Iglesia! Tenéis razón; pero los problemas seguirían allí en cualquier caso, mientras que la carta del Papa habría sido un regalo precioso.
No insistiré en la esperanza y el temor de aquellos días romanos. No hablo de "intrigas vaticanas" ni de bobadas semejantes, pero sí de las debilidades humanas. No puedo compartir esa mentalidad ingenuamente optimista que cree en que todo irá siempre mejor, porque Dios lo quiere y no importa nada lo que piensen o planeen los hombres. Mi estado de ánimo está tan animoso como siempre, pero me gusta pisar tierra firme.
En aquella ocasión don Álvaro del Portillo hizo una romería a un santuario dedicado a la Virgen María, en los Castelli Romani, el mismo día en que comenzaba el cónclave del que saldría elegido Juan Pablo II. Coincidí con él en la puerta de Villa Tevere. Me agarró fuerte del brazo y me pidió que rezara mucho, mucho, por lo que estaba a punto de ocurrir. Y, sí; me habló de un peligro serio.
¿Acaso pensáis que el diablo se va de vacaciones a la playa durante el Cónclave? Vamos a rezar.

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