―Entonces, en el blog te llamo Estrella, ¿de acuerdo?
“Estrella” sonríe resignada.
―Bueno.
A mí me sigue pareciendo la misma chiquilla que conocí hace muchos años como alumna de Aldeafuente.
―¿Cuándo nos vimos la última vez?
Su marido lo recuerda muy bien. Eran novios y estaban preparando su boda. Por entonces Estrella ya estaba enferma y el pronóstico de los médicos no era muy optimista; pero se querían mucho, eran valientes y confiaban en Dios.
Han pasado 12 años. Estrella ha recaído y he vuelto a verla.
―Pediremos al Señor un milagro ―le digo―.
―Sí, el milagro de mi conversión y de toda mi familia. Yo lo ofrezco todo por ellos.
―Y tu curación ―insisto―.
―Bueno… Lo que Dios quiera.
Estrella tiene los ojos brillantes como el día en que vinieron a pedirme que celebrara su matrimonio. Su marido sigue siendo el mismo chaval enamorado y animoso.
Rezad por los dos. Necesitamos hombres y mujeres como ellos.
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