Está nevando en Molinoviejo desde hace varias horas. Es una nieve tenue, un polvo blanco que no llega a cuajar en el suelo húmedo del jardín.
Dicen que en Japón el color blanco se emplea para el luto. Lo entiendo muy bien esta tarde cuando veo por la ventana esas nubes deslucidas que dejan volando en el aire unos tristes copos pálidos como para un funeral.
El Papa ya está en Castelgandolfo. He oído sus últimas palabras en el balcón de la Villa Pontificia. ¡Cuántos recuerdos de esa placita a la que se asomaba también Juan Pablo II!
Me he puesto de rodillas para recibir su postrera bendición. Estoy solo en casa. Luego he rezado por última vez la oración por el Santo Padre de la liturgia pontificia, que figura también en las Preces de la Obra:
Oremus pro Beatissimo Papa Nostro Benedicto. Dominus conservet eum et vivificet eum…
El Señor lo conserve y le dé vida, y lo haga feliz en la tierra. Y no permita que le venzan sus enemigos.
Mañana omitiré esa petición. Al menos no la rezaré en voz alta. Ahora mismo vuelvo a repetirla despacio mientras arrecia la nevada al otro lado de la ventana. Son las 7, 10 de la tarde.
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