Tuesday, February 12, 2013


Diezminutos después de la renuncia del Papa, algunos medios ―siempre los mismos― comenzaron a hablar de “lo que hay detrás”, de “lo que nos oculta Ratzinger”, de las “intrigas vaticanas”, de los “buitres con sotana que pululan por las estancias pontificias”, de “las luchas por el poder” que se han puesto en marcha para el próximo cónclave, e così via...
Me aburren soberanamente estos expertos en conspiraciones vaticanas, pero hoy les preguntaría cómo se explican que, en medio de esas intrigas y de un “lodazal” tan putrefacto como, según suponen, es la Santa Sede, hayan surgido Pontífices de la altura espiritual, humana e intelectual que han acreditado, sin ir más lejos, los once últimos. Todos son o serán santos. Todos brillaron muy por encima de los líderes políticos de su época. Todos fueron amados y venerados por millones de personas del mundo entero. A saber: Benedicto XVI, Juan Pablo II, Juan Pablo I, Pablo VI, Juan XXIII, Pío XII, Pío XI, Benedicto XV, Pío X, León XIII y Pío IX.
Se lo he preguntado a Kloster.
―Elemental, colega ―me ha respondido―; los católicos creemos que el Espíritu Santo interviene a la hora de elegir Papa, pero procuramos no ponérselo muy difícil: la inmensa mayoría de los cardenales electores son hombres de Dios que sólo buscan el bien de las almas. Así que el Espíritu Santo tiene donde elegir.
―¿Y esos informadores de que te hablo…?
―¡Ah!, ¿esos? Supongo  que son más creyentes que tú y yo. Creen tanto en el Espíritu Santo que le obligan a hacer un milagro en cada cónclave sacando un santo de un basurero. No comprendo cómo siguen confesándose agnósticos.

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