Quémal me expresé ayer. Se conoce que tenía fatigada la sesera.
Quise decir que, en el examen de conciencia, al hacer el balance del día, hubo empate, igual que en el partido que se oía como música de fondo. Empate entre penas y alegrías; entre lágrimas y risas; entre errores y aciertos.
A veces el empate sabe a gloria ―eso le ocurrió al Madrid―, porque merecíamos perder por goleada. Otras veces en cambio vamos de triunfo en triunfo, engreídos y encantados de habernos conocido, hasta que, casi al final, nos caemos con todo el equipo.
Empate, sí. Menos mal que el árbitro está de nuestra parte.
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