Pocosplaceres tan humildes, sencillos, inocentes, baratos e intensos como el del estornudo. Estornudar sin estar resfriado, al aire libre, a rienda suelta, con ruido, sin pañuelo que amortigüe la emisión de perdigones, mirando al horizonte y cerrando los ojos en el momento cumbre… ¡Qué maravilla!
La mayor parte de los placeres dejan en la conciencia un punto de tristeza o remordimiento. Algunos son indigestos o producen cefaleas. El estornudo, nada de eso.
Yo acabo de estornudar en endecasílabos catorce veces seguidas: un soneto de estornudos. Y, aunque no sea una verdad de fe, estoy persuadido de que, en el Cielo, el estornudo será parte de la gloria accidental de los bienaventurados.
Atchisss!
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