Thursday, January 24, 2013



Haceun par de días la vi por primera vez en la estación de Atocha. Era una mujer flaca, de rostro enfermizo, los labios pintados de un rojo chillón. Llevaba una maleta de colores y un abrigo beige demasiado grande para su cuerpo esquelético. Yo regresaba de Pamplona y me asaltó en la rampa de salida hacia la calle.
―No te pido nada… Es que no tengo cambio. Necesito 6 euros. Acompáñame si quieres. Si no me los das, se lo pido a otro. Lo siento, no me gusta…
Siguió hablando sin parar con frases cortas inconexas. La miré a los ojos sin decir nada. El síndrome de abstinencia se le transparentaba en cada gesto. Ni siquiera me dejó responder. Salió disparada en busca de otro viajero.
Ayer volví a verla en la calle Goya. Seguía con su maleta y su abrigo beige, pero había aumentado la tarifa; pedía 10 euros para “volver a Guadalajara”.
―Si me dices de verdad para qué los quieres, te doy 5 ―le respondí―.
Temblaba como una hoja cuando me dijo que hacía mucho frío y necesitaba una copa.

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