Thursday, August 22, 2013

 Crónica breve y apresurada


Desdeel centro de Arona hasta “Los Cristianos” hay apenas seis o siete kilómetros, pero tenemos que descender casi 700 metros para llegar a la playa. Ya dije en otra ocasión que Arona se asoma al mar como un balcón colgado en la ladera del monte.
Mamen, al volante, conduce deprisa, con nervio y seguridad. A su lado va Paco, su marido, el barbado responsable de esta excursión. Paco es de origen gallego, pero está afincado en Tenerife desde hace cuarenta años. Es profesor, escritor y algunas cosas más. También Mamen procede de la Península, de la provincia de Burgos, y tiene una larga experiencia pedagógica.
Comenzamos el periplo de sur a norte por las carreteras del oeste. El paisaje es árido, pero bellísimo a pesar de que hoy la bruma abraza a la isla entera y hay polvo en suspensión llegado del desierto.
―¿Habrá también camellos en suspensión?
En suspensión no sé, pero a mi izquierda veo un “camel park” (hay varios en Tenerife) donde puedes montar uno de esos animalitos.
Llegamos a Alcalá, una localidad turística en expansión, arrimada al mar. Después de una breve pausa, vamos rumbo a “Los Gigantes”, llamado así por los enormes peñascos que caen en vertical sobre el mar. Hoy los gigantes casi no se dejan ver, envueltos en una bufanda blanca bordada con nubes y arena.
Cambia el paisaje bruscamente más o menos a la altura de Tamaimo. Pasamos de Almería a Galicia sin solución de continuidad. Ahora todo es verde, como el de esos pinos canarios en los que seguramente se esconde el pinzón azul. Quizá fue por aquí, o un poco más adelante, donde Mamen me compra una gorra con tres pajaritos bordados en la frente. Queríamos ver desde lo alto el pueblo de Garachico, ya en el norte de la isla, con el océano al fondo, pero a nuestros pies hay un mar de nubes blancas. Así que optamos por tomar una cerveza.
―Nos harán descuento por la bruma, ¿verdad?
El camarero responde que no: las inclemencias meteorológicas no se contemplan en la carta de precios.
Almorzamos en un restaurante típico del Puerto de la Cruz, una localidad preciosa que los turistas, gracias a Dios, no han terminado de descubrir.
―Lo que pasa es que la mayor parte de los turistas sólo quieren sol y playa…
―Pues ellos se lo pierden.
Lo siento, Paco, ya no sé dónde nos detuvimos para hacer la Visita al Santísimo. Era una iglesia blanca con un retablo y un altar barrocos que parecían de plata. 
Son las cinco de la tarde y es preciso poner rumbo sur por la autopista del Este. Ya no hay más paradas; solo el espectáculo del paisaje, el rezo del rosario y la conversación con mis amigos.
El Teide no nos ha perdido de vista en ningún momento del viaje. 
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