Friday, August 9, 2013


Escribo estas líneas desde la terraza del "jardín canario", un bar primorosamente cuidado a cien metros de Los Roques. Su dueña, Helen, es escocesa y sonríe siempre. Afincada en Tenerife desde hace 20 años, parece empeñada en que sus clientes estén a gusto en un ambiente acogedor, y ha llenado el local de objetos familiares: tapetes, cojines, paños de todos los colores, macetas con plantas exóticas, dibujos infantiles... Sospecho que un jardín canario es otra cosa, pero se está bien aquí. 

Hace tres días le pedí permiso para venir a trabajar un rato todas las tardes con el IPad y algún libro, al menos mientras la telefónica no resuelva mis problemas de cobertura.

--Estaré una hora y sólo tomaré un café o una coca-cola... No sé si será abusar.

Helen sonrió como si le hubiese dado una gran noticia.

--Usted no te preocupes. Yo te cuidaré.

A los pocos minutos se me acercó con un enorme vaso rebosante de monedas:

--Tú podrías llevarlas a la iglesia, ¿sí?


Esta tarde hace calor y Helen me trae un refresco de limón.

Empiezan a entrar clientes. Todos me saludan con la cordialidad propia de estas islas, y uno, más lanzado, se dirige a mí llamándome "padre Emiliano".

--No, amigo; don Emiliano llegará dentro de unos días. Yo no soy el nuevo párroco.

--Usted perdone, padre, pero ya se dice por ahí...

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