Hemospasado bruscamente del “calorcito” al “calorazo”, a pesar de que Arona es un balcón que se asoma al mar desde una altura de 600 metros. Me pregunto qué temperatura tendrán allá abajo, entre los bloques de hormigón que rodean la Playa de los Cristianos.
―Mis gallinas van a poner los huevos ya fritos ―comentaba Julián, un cliente del Jardín de Helen―.
Ayer por la noche resultaba difícil conciliar el sueño, y como no me gusta hacer demasiados esfuerzos para conseguirlo, a las tres de la madrugada me vestí de reglamento y salí a la calle con la esperanza de ver las “Lágrimas de San Lorenzo”, las estrellas fugaces que cruzan el cielo estos días.
Pronto comprendí que era inútil. Arona es un pueblo muy bien iluminado. Lástima; habrá que ir a la "Calle de El Medio", donde está la conserjería de "Medio Ambiente" para pedir al alcalde que mañana apague los faroles un par de horas.
A las seis y media volví a la calle para preparar el retiro sentado en un banco del parterre que hay junto a la iglesia. Mi sorpresa fue encontrar allí a un chiquillo de doce o trece años chateando ―o eso parecía― con su móvil.
―¿Qué haces?
―Nada… Esperando.
No quise indagar. ¿Qué se puede "esperar" a esas horas de la madrugada?
A las ocho y media, en la primera meditación del retiro, hablé de la vocación divina, “la cercanía de Dios”, como la definió así. A las once, la virtud de la obediencia, un misterio que está en el centro mismo de la Redención obrada por Jesús. Y, por la tarde, la Eucaristía como Regalo y Prenda de vida eterna.
Mientras predicaba me acordé de la tarjeta de embarque que tendré que sacar por Internet un día antes de volar a la Península. La Eucaristía es mucho más que eso, desde luego, pero me sirvió como metáfora.
¿Y las lágrimas de San Lorenzo? Dicen que mañana por la noche es el mejor momento para verlas y que Tenerife es un lugar privileguado, pero me temo que ellas no me verán a mí, porque estaré en la cama dormido como un tronco
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