Sunday, August 18, 2013


Alas 11 de la mañana salgo de Arona rumbo a Santa Cruz (80 kilómetros). El Ibiza que alquilé en el aeropuerto y el GPS que me traje de Madrid me llevan a mi destino en menos de una hora. Me confieso ―ya era hora― con Juan Grinda, el cura que aparece conmigo en la foto de 1971 dando la bendición a San Josemaría.
Alguien propone sacarnos otra fotografía en la misma postura 42 años más tarde, pero me niego en redondo: se va a notar demasiado que seguimos siendo un par de chiquillos.
En Taiba, el centro de la Obra donde vive don Juan, me invito a comer. Carlos Morales, poeta y amigo, me dedica su último libro, un trabajo de investigación sobre Cesar Vallejo y la poesía posmoderna. Lo leeré sin falta estos días.
En la tertulia me entero de las últimas noticias, las buenas y las malas; la más dolorosa, el inesperado fallecimiento en Roma de don Flavio Capucci, postulador de las causas de beatificación y canonización de San Josemaría y de don Álvaro del Portillo.
Conviví con Flavio tres años cuando los dos éramos estudiantes de teología. Luego no lo perdí de vista. Ha sido un sacerdote culto, alegre, trabajador, piadoso y fiel hasta el último día de su vida. Leed aquí lo que se dice en la web de la Obra. Yo sólo podría añadir cosas tan personales y afectuosas que hasta por escrito cuesta trabajo decirlas.
De regreso al Sur, hago un alto en Candelaria. La Basílica está de bote en bote. Rezo el Rosario por el eterno descanso de Flavio.
Una vez en casa veo con sorpresa que ha llegado la Telefónica y tengo acceso a Internet. Ya no necesitaré ir al Jardín de Helen, pero habrá que ir a despedirse.
Me recibe con la mejor sonrisa:
―Don Enrique, ¡me ha llegado carta de Goyo!
La leemos juntos en la barra y aprovecho para felicitarla:
―¿Por qué?
―Porque hoy es Santa Elena.
En presencia de dos clientes un tanto achispados, les cuento la historia de Santa Elena, y Helen se conmueve tanto que saca una gran carpeta roja llena de fotografías familiares y me habla de su padre, de cómo lo trajo desde Escocia a Tenerife para que pasara aquí sus últimos meses de vida.
―Tenía parkinson y alzheimer  pero nada más llegar a la isla, revivió; los médicos decían que no llegaría a Navidad, pero vivió dos años más feliz y contento.
Camino de casa, un chaval se encara conmigo:
―¿Verdad que no es usted el nuevo párroco?
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