Thursday, August 29, 2013

Eso es lo que nos desearon las azafatas nada más subir al avión que nos llevaría a Madrid. Yo supongo que la felicidad se parece poco a un viaje como éste, pero, al menos sobrevivimos sin más incidentes que los habituales. Hoy contaré uno. 
Aún no habíamos despegado y estaba yo “poniendo mis objetos personales debajo del asiento delantero”, cuando observé que justo al lado de mi zapato derecho habían aparecido dos enormes pies desnudos. A juzgar por la posición tendrían que ser míos, pero evidentemente no lo eran. Pertenecían a un tipo gigantesco que ocupaba el asiendo de atrás y que parecía recién salido de la playa a juzgar por su breve indumentaria. El sujeto había decidido echar una cabezada mandando sus extremidades por delante hasta el asiento del menda.
Para evitar el espectáculo sólo tenía dos opciones: darle un buen pisotón por invadir mis aguas territoriales o recurrir al diálogo. Opté por la vía diplomática:
―Perdone, ¿estos pies son suyos o míos?
El tipo no hizo el menor amago de retirarlos.
―¿Eh…?
―Veo que los tiene bastante limpios, amigo. Y estoy seguro de que el resto de su organismo también está bien lavado, pero le agradecería que los retire hasta su zona de influencia, no sea que le pise sin querer.
Los pies en cuestión sólo hablaban inglés, pero entendieron mi postura y recularon.
El sujeto tatuado, cuya pierna izquierda aparece en la foto, declaró:
―¡Bien dicho!
Mañana continuaré contigo, colega
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