Wednesday, June 19, 2013



Querido Zarra (*) : Cuando he dicho a mis amigos que iba a escribirte un e-mail me he llevado una gran decepción: los jovencitos de 50 años no te conocen, y, aunque a algunos les suena tu nombre, casi todos han olvidado tu leyenda.
Fuiste el mejor delantero centro español de la historia del fútbol, autor de aquel gol a Inglaterra ―a la “Pérfida Albión”, gritó con entusiasmo Matías Prats― que nos dio paso a las semifinales del mundial en 1950. Eras el más eficaz rematador de cabeza que han visto los siglos. Tu fama llegó tan lejos que, en 1951, con motivo de un partido internacional amistoso entre Suecia y España, las calles de Estocolmo aparecieron empapeladas con la siguiente leyenda: "Vea usted a la mejor cabeza de Europa, después de Churchill".
¿Sabrán mis amigos quién fue Churchill? Más vale no investigarlo. En cualquier caso no seguiré recordando tus hazañas balompédicas, porque siempre fuiste hombre modesto y un poco tímido; nada que ver con estos mercenarios del balón que nos han invadido de un tiempo a esta parte; esos muchachos tatuados hasta las cejas que, cuando apelan a su profesionalidad es sólo para pedir un aumento de sueldo.
También tú fuiste un profesional, quién lo duda, y catedrático en una cátedra a la que llamaron “catedral”: el viejo San Mamés, que acaba de ser demolido.
Desde esa cátedra diste lecciones inolvidables, incluso para mí, que sólo te vi jugar un par de veces, cuando ya no estabas en tu mejor momento. Lecciones de fútbol y de señorío; de virtudes que raramente encuentra uno por los campos de fútbol.
Fue proverbial tu caballerosidad en el campo y fuera de él. ¿Quién sería capaz hoy de renunciar a marcar un gol, solo ante la portería contraria, por atender al portero que había sufrido un golpe? Tú lo hiciste más de una vez, y te retiraste del futbol con un botafumeiro de plata, regalo del Deportivo de la Coruña, con varias insignias de oro de otros tantos equipos y con la medalla al mérito deportivo, concedida por el gobierno de la nación.
Estoy hablando de “deportividad”, una virtud muy necesaria en el deporte, pero también en el Parlamento, en la vida pública, en el trabajo, en la familia y, en general, en las mil batallas que uno debe afrontar a lo largo de su existencia.
Tú nunca habrías metido un gol con la mano, como hizo otro, presumiendo además de ser “la mano de Dios”. Jamás tratabas de engañar a los árbitros dejándote caer en el área entre alaridos, como si te hubiesen machacado la tibia. Y ni en broma habrías dicho que “lo importante es ganar aunque sea de penalti injusto”.
Deportividad es saber ganar y saber perder. Es felicitar al vencedor; sonreír cuando pintan bastos; reconocer los errores propios y alabar los aciertos ajenos; no dar golpes de pecho en pechos extraños; no llamar fracaso a las derrotas ni convertir la victoria en una forma de humillar al vencido. Deportividad es ponerse en pie al instante si alguien nos derriba o si caemos solos en la carrera. Es volver a empezar cuantas veces haga falta, aunque tengamos que regresar al kilómetro cero de la competición. Es auxiliar al que cae e nuestro lado; dar la razón a quien la tenga aunque pertenezca a otro partido; no llamar jamás enemigo al adversario; no hacer trampas en el juego ni en el trabajo ni en la vida pública; ni siquiera cuando jugamos al solitario. Deportividad es perdonar a quien merece el perdón y también al que no lo merece. Sólo así se curan todas las heridas.
Deportividad es enfrentarse con los siete enemigos capitales que llevamos dentro ―el egoísmo, la soberbia, la pereza, la gula, la lujuria, la ira, la envidia―, sabiendo que en este combate, como en los Juegos Olímpicos, participar equivale a vencer.
Creo, querido Zarra, que tú fuiste así. Por eso, cuando dejaste este mundo, en febrero de 2006, pudiste decir al Señor lo mismo que escribió otro gran deportista, Pablo de Tarso: “he peleado un buen combate, he terminado la carrera, he sido fiel”.  


(*) Telmo Zarraonaindía Montoya, más conocido como “Zarra”, nació en Erandio (Vizcaya) el 22 de enero de 1921. Como jugador del Athletic de Bilbao y de la selección nacional, fue una leyenda del fútbol europeo por su capacidad goleadora y, muy especialmente, por sus remates de cabeza. 


0 comments:

Post a Comment

ban nha mat pho ha noi bán nhà mặt phố hà nội