Un rincón de Telde
Tengo en mi buzón treinta y tantos correos que esperan respuesta. La culpa es mía, no me cabe duda. ¡Quién me manda a mí poner mi dirección justo debajo del búho! Claro que cuando cometí ese error no sabía que el globo volaría tan alto y con tantos pasajeros a bordo.
Algunos me plantean dudas teológicas, generalmente sobre moral. Otros piden oraciones, y yo, aunque no conteste, me apunto los nombres en la agenda para la Misa del día siguiente. Algunos --pocos, la verdad-- tratan de polemizar conmigo sobre cuestiones muy variadas. Y, por último están los amigos que me conocen y a los que conozco. Todos me reprochan que soy muy escueto, que respondo con dos líneas a mensajes de dos folios. Y me riñen con justicia y sin clemencia.
Escribo estas líneas en el aeropuerto de Las Palmas. He venido a devolver el coche de alquiler y he vuelto a encontrarme con la empleada de Hertz que es catequista en la Parroquia de Vecindario. Esta vez apenas hemos cambiado dos palabras y una sonrisa cómplice.
Esta mañana he dado un paseo por la costa con Amaya y Rubén, un matrimonio que lee el globo todos los días, aunque jamás se les ha ocurrido poner un comentario. Me localizaron en Airaga, y me comunicaron que no podría salir de la Isla sin comer con ellos.
--Os advierto que en persona yo pierdo mucho --les dije--.
A estas horas ya lo habrán comprobado.
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