Hace cuatro años escribí aquí una breve reflexión sobre la fiesta de hoy, San Pedro y San Pablo. Hablé entonces de raíces y alas, tomando como punto de partida un conocido poema de Juan Ramón Jiménez. Pedro es la raíz que mantiene en pie el árbol frondoso de la Iglesia y lo alimenta cada día; Pablo, las alas, las ramas, que por sustentarse de la savia que le trae la raíz, crecen y vuelan cada vez más altas y más libres.
Hoy en la meditación he preferido la imagen de las alas. Pedro y Pablo, se ha dicho, son las dos alas de la Iglesia. Las dos son necesarias para que esta Nave vuele hasta el último rincón del mundo.
Hay quien querría prescindir de una de ellas. Querrían una Iglesia sin raíces, sin convicciones, sin Pedro; o, por el contrario, una Iglesia anclada en la piedra, convertida toda ella en roca; inmutable, muerta y fosilizada.
Tengo en casa un viejo anuncio de Iberia que recorté de un periódico hace años. Tiene un eslogan que me gustó: “usa tus alas”. Cada vez que lo veo pienso en mi vocación. No puedo llevarla arrastras, porque pesaría demasiado. Debo usarla para volar, para no sentir el peso de mis miserias.
Mañana, cuando vuelva a leer ese anuncio, pensaré en San Pedro y San Pablo, las dos alas de la Iglesia, y pediré al Señor que no me deje desertar de las raíces, de la fe de Pedro, y que no me canse de volar, de navegar como Pablo en la cresta de la ola para que el mensaje de Jesús llegue hasta los últimos rincones de la tierra.
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