Volvíaen coche desde Valencia.
Una conocida informadora entrevistaba por la radio a un ministro del gobierno de hablar premioso e ideas imprecisas. Al cabo de diez minutos ―palabra de honor― el ministro repitió la palabra “evidentemente” no menos de 22 veces. (Yo empecé a contarlas cuando ya llevaba diez o doce evidencias encima).
Lo curioso del asunto es que cada vez que decía “evidentemente” era para reforzar una afirmación perfectamente discutible; o sea, nada evidente.Acudí a Kloster:
―No le des vueltas, colega ―me respondió―. Es un mecanismo automático. Si a un político se le enredan las neuronas y no sabe cómo salir airoso dirá “evidentemente” y santas Pascuas. Y si se dispone a mentir, añadirá: “créame si le digo…”
―Así que, según tú, esas palabras son simples muletillas.
―Evidentemente.
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