Ayer me lo encontré en “El Corte Inglés” de Serrano. Y ésa fue mi primera sorpresa:
―¿Qué hace un tipo como tú en un sitio como éste?
Mi pregunta era sólo una broma, pero mi amigo se la tomó en serio. Y ésa fue la segunda sorpresa:
―No…, si no… Es que, verás, yo no vengo mucho por aquí, pero es que los domingos abren y necesito…
Estaba tan nervioso como si lo hubiese sorprendido hurgando en un cubo de basura.
A pesar de todo nos dimos un abrazo. No nos veíamos desde hace más de medio siglo, cuando estudiábamos Derecho en Barcelona. Ya era rico entonces, pero además tenía otras cualidades: era inteligente y muy trabajador; tocaba el clarinete, contaba chistes en cadena, era simpático y encima, guapo.
Nos sentamos en una cafetería. Yo debía regresar a Molinoviejo, pero no tenía prisa. Media hora después seguía hablando de su finca, sus perros, sus caballos, sus coches…
―No, no tengo hijos. No quisimos. Es mucha responsabilidad.
Y sin darme tiempo a meter baza, añadió:
―Me he jubilado, ¿sabes? Ahora vivo como un cura… ¡ja ja ja!
Se quedó muy sorprendido cuando le pregunté si ayudaba a alguien con su dinero: a Cáritas, a la Cruz Roja, a “Manos Unidas”… Masculló un “no, yo no creo mucho en eso”.
―A tu edad y sin hijos ―añadí―, hay un deporte que te vendría muy bien para el alma y para el cuerpo. Mejor que el golf: compartir lo que tienes…
―Ja, ja, ja… Los curas siempre igual. Mira, te voy a explicar una cosa…
Y me dio una conferencia. No es la primera vez que me ocurre: pides un euro y te dan una charla sobre la prima de riesgo.
Se ha quedado con mi tarjeta y yo con la suya.
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