Todoslo padecemos, pero los viejos, un poco más.
―Por ejemplo, el nombre de aquel compañero de curso, sevillano, que era tartamudo y explotaba su tartamudez con tanta gracia. ¿Cómo se llamaba? Desde hace diez años, tengo su cara y casi su apodo en la punta de la lengua.
―Aquella canción de Giorgio Gaber, un cantautor italiano comunista de los años 60… Yo la cantaba en voz baja, a escondidas, y todavía hoy me viene la melodía a la cabeza. Pero la letra…, está aquí mismo, en la punta de la lengua.
―Sí, hombre, sí; esa chica que asiste al curso de retiro que he empezado a predicar. La he visto docenas de veces, y ella da por supuesto que la reconozco. Podría consultar la lista; pero no quiero. Además, tiene un apelativo familiar que seguramente no aparece en los papeles. ¿Cómo era? A ver si me miro la punta de la lengua en el espejo…
Sentado en el cuarto de estar, frente a la gran mesa que me sirve de escritorio, veo llover al otro lado de la ventana. Esta mañana el jardín apareció completamente blanco. Al mediodía los copos de nieve seguían cayendo en un vuelo silencioso y constante.
Ahora el agua lo destruye todo y el jardín llora. La nieve se precipita desde lo alto de los árboles. El suelo es un barrizal… Y yo tengo un poema melancólico, o un haiku nocturno, en la punta de la lengua. Ojalá se me cayera sobre el teclado y tomara forma, como les ocurre cada día a los poetas.
Es lamentable: tengo abarrotada la punta de la lengua de poemas que nunca me atreveré a escribir.
0 comments:
Post a Comment