Wednesday, July 17, 2013


Sóloha sido un paseo. He recorrido en coche los dos kilómetros que me separan del pueblo y he vuelto a disfrutar por unos minutos ―apenas media hora― del aire de fiesta que tienen las calles de Riaza durante los meses de julio y agosto.
Todo está como siempre. Si acaso se nota que ha crecido el número de inmigrantes, especialmente sudaméricanos y, sobre todo, árabes.
Una niña musulmana, con su pañuelo reglamentario, me mira con unos ojos grandes y negros.
―Hola.
La pequeña huye como un gorrión asustado y ser refugia entre los brazos de una mujer que combina el hiyab islámico con unos pantalones vaqueros amarillos. Vuelvo a decir “hola”, y recibo la misma respuesta: dos pares de ojos negros silenciosos e indagadores.
Carla, una chiquilla que lo ha visto todo se me acerca rodando sobre un monopatín y dice en voz baja:
―No hablan con curas. Dicen que son el demonio.
La iglesia del pueblo está abierta y vacía. Me quedo unos instantes ante el sagrario y, al salir, casi choco con Jose (sin acento), que anda por la zona de vacaciones.
En cinco o seis minutos de conversación agotamos todos los tópicos veraniegos: “lo bien que se está aquí”, “imagínate en Madrid”, es que “la Sierra es otra cosa”, “aquí sí que hacen bien el cordero”.
Jose (sin acento) bromea con el ramadán de los musulmanes, y yo trato de cambiar de conversación, no sea que aparezca otra vez la niña de los ojos negros.
―¿Sabes cuántas mezquitas tienen en Riaza? ―me grita mientras me alejo―.
Prefiero no saberlo. Trataré de volver mañana.
 
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