Pancorbo
Termino por ahora mi estancia en Riaza, y salgo rumbo a Bilbao a las diez y media de la mañana. En la primera gasolinera, meto el coche en un túnel de lavado y, por tres euros, le dan un remojón. La rumana que atiende el mostrador me pregunta si lo quiero con champú. Le contesto con una pequeña broma, pero no la entiende y aprovecho para tomarme un café solo y denso.
La Nacional I está de bote en bote como corresponde a un sábado de finales de julio. Pongo la radio y aparece “Radio María”. Confieso que nunca la había oído hasta hoy y estoy dispuesto a rectificar este error. Habla un sacerdote sobre la Encíclica Lumen Dei. Es una charla espléndida, profunda y clara. Gracias a este cura, cuyo nombre no conozco, no me ha asaltado el sueño de la autopista.
En una emisora local pontifica un “experto” sobre la JMJ y asegura que “habría que prohibir estos actos multitudinarios antievangélicos”. A continuación se confiesa agnóstico y anticristiano. Todo muy coherente. Este caballero habría prohibido la multiplicación de los panes y los peces ante diez mil personas y la entrada de Jesús en Jerusalén. ¿Cuántas cosas habrá que seguir prohibiendo para ser progre con carné?
Cambio de emisora. Hablan del Papa Francisco. Bien. Está de moda. Lo elogian tanto, tanto, que empiezo a sentirme incómodo. En esta tierra nuestra hay que preguntarse siempre: ¿contra quién aplaudirán tanto? Enseguida me lo aclaran: contra “los demás papas”. Ah, vamos...
Me olvido de la radio y pongo música. Son canciones de familia que elaboraron algunos muchachos de la Obra en vida de San Josemaría y nos han servido muchas veces para hacer oración. La primera que suena es una rondalla que me trae grande recuerdos:
Es la hora de la ronda,/ el amor pasa./ Hay que romper a cantar/ porque con hablar no basta/. El que no salga a la calle/ que se asome a la ventana,/ es la hora de la ronda,/ el amor pasa…
Y yo pienso en el Papa Francisco, que llega a Brasil entre canciones para hablar de Dios a millones de chavales. Lo siento, amigo experto; salimos de las sacristías para rezar, cantar y bailar. Y a un “anónimo” que me escribe ahora mismo al blog sugiriendo que nos quedemos en casita y dimos el dinero del viaje a los necesitados, le preguntaría cuánto da él a los pobres. Y se sorprendería si supiera lo que esos jóvenes hacen por los demás.
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