Algunos no soportan esta fiesta. Son los Herodes, Caifases y Pilatos de todas las épocas. Ellos temen que Cristo les desbanque de sus tronos de barro.
Pilatos se sintió aliviado cuando aquel reo, después de confesarse rey, añadió: “mi reino no es de este mundo”. Herodes tampoco sacó nada en limpio. Como Jesús ni siquiera le miró, acabó por pensar que estaba mal de la cabeza y lo devolvió a Pilatos. Caifás, mandándolo a la cruz, pensó que así evitaba un golpe de Estado. El César en cambio se habría puesto muy contento si se hubiese enterado de que el Mesías pagaba impuestos puntualmente y sostenía que “hay que dar al César lo que es del César”.
También dijo que hay que dar a Dios lo que es de Dios; pero a los poderosos de la tierra se les suele olvidar esta segunda parte.
En cierta ocasión el Señor habló con mucha claridad de su tarea como rey:
“Cuando venga el Hijo del Hombre en su gloria y acompañado de todos los ángeles, se sentará entonces en el trono de su gloria, y serán reunidas ante él todas las gentes; y separará a los unos de los otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos.”
―Pero, para eso, aún falta mucho tiempo, ¿verdad?
―No sé, Kloster; no sé…
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