En el número de octubre de Mundo Cristiano, que acaba de salir, publico el siguiente e-mail
Queridísimos Tip y Coll: ¿Cómo os llamo?; ¿humoristas, cómicos, payasos, bufones? No he encontrado en el diccionario un término que os defina adecuadamente, pero es igual: fuisteis un par de genios capaces de hacer reír a un poste de teléfonos explicando detalladamente cómo se llena un vaso de agua.
No os parecíais mucho, la verdad. Tú, Tip, eras alto, flaco, desgarbado y miope. Lucías una chistera que te encumbraba aún más y vestías siempre de negro. Habrías hecho un buen papel como enterrador en un western. Tú, Coll, también ibas de luto, pero eras pequeñito, ligeramente cabezón y portabas un bombín que redondeaba tu figura. Parecías un champiñón situado a la vera de un chopo. En ese western yo te habría reservado el papel de pianista del saloon.
Vuestras ideas políticas también eran opuestas: tú, Tip te alineabas a la derecha; Coll. en cambio, a la izquierda, pero jamás os peleasteis por esas pequeñeces.
Últimamente he pensado mucho en vosotros y os he echado de menos no porque falten humoristas en España, sino por todo lo contrario. ¿Habéis visto cómo proliferan en la radio, en la tele, en Internet y en la prensa?
Tenéis razón, el nivel ha bajado una barbaridad. No quisiera ser injusto; hay tres o cuatro genios indiscutibles, como José Mota, que hacen reír a medio mundo; pero la mayor parte gastan un aire malhumorado que da pena.
No hablo de esos muchachos voluntariosos que hacen monólogos en la tele. Los pobres se suben a un escenario temblando, como si se presentaran a un examen de notarías, y nos cuentan su vida aderezándola con palabrotas bien sonoras de esas que provocan risitas entre las damas. Siempre tengo la impresión de que si no les reímos sus gracias, se van al paro.
Pienso más bien en los que viven del humor, quizá desde hace años, como vosotros mismos; en los del chiste gráfico de cada mañana, en los que deben llenar diez o quince minutos en la tele para demostrar lo ingeniosos que son; en los bufones de los partidos políticos que ríen hacia la izquierda o hacia la derecha según quién les pague; en los creadores de chistes “para adultos” que lo dejan todo pringoso; y pienso, de forma especial, en esa legión de humoristas amargos que jamás se han reído de sí mismos.
Los antiguos llamaban “humores” a unas supuestas sustancias viscosas que habitan en el interior del hombre y son responsables de la buena o mala salud de cada individuo. Algo de razón tenían. Hay humoristas con gran sentido del humor ―del mal humor quiero decir―, que segregan bilis negra y viven de despellejar al prójimo. Cuanto más alto sea el personaje desollado, mejor. Pueden insultar al rey, al Papa o incluso a los santos del Cielo, a Jesucristo, Señor nuestro… Dios nos libre de ellos. Te clavan un puñal por la espalda y si te enfadas dirán que no sabes aguantar una broma.
Queridos Tip y Coll. Vosotros no fuisteis así. El vuestro era humor limpio, alegre, sin víctimas. Hubo quien discutía vuestro singular surrealismo, pero nadie dudó jamás de que era “buen humor”.
El buen humor es alegría interior que se desborda y contagia. Nace de dentro y va con uno a todas partes. A veces se traduce en chiste, en guiño, en sonrisa. Otras veces parece quedarse en el interior del hombre, pero no: el bienhumoradosiembra paz y sosiego a su alrededor.
Es evidente que la Gracia de Dios tiene mucho que ver con el buen humor y con la gracia humana. ¿No os parece que la Llena de Gracia debió ser una niña graciosa, sonriente, colmada de chispa y talento?
Queridos Tip y Coll, ahora sabéis que también en el Cielo se cuentan chistes y que los santos saben reír a carcajadas. Conoceréis a San Josemaría Escrivá, que nos dejó “como herencia, en lo humano, el amor a la libertad y el buen humor”. Lo dijo él mismo con estas palabras.
Por cierto, no toleréis que os cambien el traje ni que os quiten el bombín y la chistera. Para mí seréis siempre los auténticos hombres de negro, con un corazón blanco como la nieve.
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