Ha llegado puntualmente, como siempre, al final del curso de retiro. El cielo sigue limpio y estrellado, pero mi nube es de otra especie. Al acabar la última meditación y la Exposición solemne del Santísimo; después de la última confesión, sin que pueda evitarlo, empiezo a encontrarme apático, tan cansado que apenas tengo fuerzas para escribir estas palabras.
Es la nube negra que me envuelve y me agarrota la imaginación, la memoria y cada músculo del cuerpo. No me quita la alegría, al contrario: siguen en mi cabeza los nombres y los rostros de todos los que han asistido al retiro y me han confiado sus luchas y sus penas. Ahora sólo puedo dar gracias; pero sé que mañana regresarán a Madrid y no volveré a verlos al menos hasta dentro de un año.
Claro que aún falta la meditación número 22 y la Misa. Hablaremos del Espíritu Santo. La nube ya se habrá disuelto con el sueño.
A las once estaré de nuevo en Vallecas y tomaré aire antes de saltar a Asturias con escala en Bilbao. La próxima semana será movida.
¿Será posible que aún no hayan dado el premio Nobel de cualquier cosa al genio que inventó en pleno siglo XX las maletas con ruedas?
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