Monday, January 6, 2014

Dicenlos “expertos” que uno de los mayores peligros que acechan al automovilista es “la hipnosis de la carretera”. Cuando el tráfico es escaso, la autopista no tiene curvas y todo es perfecto, el que está al volante corre el riesgo de quedar levemente traspuesto, como hipnotizado por el runrún del motor y conducir automáticamente, casi sin saber lo que hace, hasta la catástrofe final. El problema se agrava, en mi opinión, si uno hace caso a la dirección general de tráfico y trata de poner los cinco sentidos ―ni uno menos― en el volante y no se distrae un poco con el paisaje, la música o la conversación con el copiloto.
El riesgo de hipnosis no existe, gracias Dios, en el Puerto de Pajares, tomado en dirección a la Meseta. Los picos de Europa aparecen a los ojos del conductor como un muro imposible de superar. Las montañas nacen casi en la costa y suben hasta más allá de lo razonable. Uno tiene la impresión de encontrarse solo y desamparado, incapaz de alcanzar una cumbre que nunca llega.
De pronto me supera un camión inmenso resoplando como uno de aquellos elefantes que utilizó Aníbal para cruzar los Alpes. En la radio oigo la voz de Camarón de la Isla, que da un aire de tragedia al aire de la mañana. Al salir de un túnel, nieve. Las montañas se han reproducido y han creado nuevas montañas blancas, enormes, imposibles de vencer.
Ahora canta Lucio Dalla “Caruso” y yo trato de acompañar a su gran voz de tenor con la mía, temblona por las circunstancias. ¡Qué gran viaje! Volvería a hacerlo un millón de veces. Ni el menor peligro de hipnosis. El sueño se quedó en Asturias.
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