Salióa la superficie por la mañana. Asomó el hocico y exploró los alrededores con su fino olfato. No detectó nada especial. Nada. El aire era frío e insípido, muy diferente al ambiente cálido y sabroso del interior.
A pesar de todo se aventuró a caminar unos pasos. ¡Qué extraño!: el techo era azul y parecía tan lejano y luminoso que casi no podía mirarlo. Todo era enorme. Se sentía desnudo en medio de aquel vacío; pero, por un instante, sintió la tentación de explorar los alrededores.
Oyó unos pasos. Eran dos hombres gigantescos que reían a carcajadas. ¿De qué se reían? En su pequeño túnel nadie reía jamás. Él sabía que la lucha por la vida es algo muy serio. Había que pelear, morder, gruñir…
No aguantó mucho tiempo. Pocos segundos después entró en su cueva resoplando.
―¿Se puede saber de dónde vienes?
―He salido un momento a ver…
Su padre hizo un gesto de desagrado.
―No vuelvas a hacerlo nunca más. ¿Me entiendes? Eres una rata, un noble roedor como tus veintisiete hermanos, y tu sitio está aquí. Lo único real es la basura. Aquí naciste y aquí debes vivir hasta que te pudras y sirvas de alimento a tus enemigos. No hay mejor aroma que el que ahora respiras ni mejor pitanza que los excrementos que van llegando.
―Pues a mí me ha parecido que allí fuera están contentos.
―Todo es mentira, Miguel. Viven engañados dentro de una burbuja de cristal. No les envidies. Pobre gente.
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